La destrucción y el olvido de los necios

El día era fresco y de una ligera lluvia. Ya habían caminado cerca de 7 kilómetros en la hermosa ciudad de Hamburgo y la meta era encontrar la casa en que su abuela había vivido de joven y lo lograron: 19 Husumer St., un edificio de apartamentos de tres pisos. Le llenó de emoción el conocer el lugar de donde había salido la señora Emmy para ir con su esposo a Chihuahua, en México.

El abuelo le contaba que habían llegado en plena revolución y la impresión que se llevaron al ver cuerpos colgados en los postes de telégrafo. Nunca la conoció, como tampoco su padre, pues murió al poco tiempo de haber dado a luz a este. Es por eso que aquel viaje a la antigua ciudad alemana del Báltico tuvo una especial importancia para él.

En esa antigua zona de la ciudad, la acera está formada con adoquines cuadrados y, al caminar, le llamaba la atención que afuera de las casas y edificios se veían algunos empedrados cubiertos de metal, al parecer de bronce, con algo escrito; cuando estuvo frente a la que fuera la casa de su abuela, aquel hombre se inclinó para observar esos cuadros y se llevó una fuerte impresión, pues en ellos estaban grabados los nombres de las personas que, durante el régimen del nacionalsocialismo, habían sido extraídas de ese domicilio y llevadas a campos de concentración por el simple hecho de pertenecer a alguna de las etnias o grupos perseguidos por el sistema que controlaba aquel país.

Un día de primavera de 1937, la población de Guernica, España, se vio sorprendida por el silbido de bombas que caían sobre ellos. El país estaba envuelto en una guerra civil y las milicias comandadas por Francisco Franco eran auxiliadas por los regímenes de Alemania e Italia y el ataque a esa pequeña población de 5,000 habitantes presentaba una faceta experimental. Los atacantes querían probar una técnica conocida como bombardeo de alfombra y al mismo tiempo la efectividad de nuevas tecnologías de bombas incendiarias; la cantidad de muertos se estima entre 120 y 300, con cuantiosos daños materiales. La ciudad quedó arrasada, el 70% de sus edificios fueron destruidos por las bombas y un incendio que no pudo apagarse sino hasta el día siguiente.

Varsovia, capital de Polonia, estaba tomada por las tropas alemanas desde septiembre de 1939; los invasores habían tomado medidas hacia los grupos discriminados y decenas de miles de ciudadanos fueron trasladados a los campos de concentración; una parte de la población de Polonia había sido afín a la invasión alemana y el gobierno del país había salido al exilio y desde el extranjero organizó la resistencia que tuvo su más fuerte expresión en la rebelión de la capital en el verano de 1944. Durante dos meses la ciudad y sus alrededores se vieron envueltas en una lucha que fue sofocada por el ejército alemán, que recibió la instrucción que la ciudad fuese destruida y así se hizo, más de 250,000 muertos y el 85% de los edificios históricos de la antigua urbe fueron destruidos.

Si usted visita Hamburgo debe acudir a los restos del templo de San Nikolai, los habitantes de la ciudad hicieron un monumento que recuerda el terrible daño que causa la guerra, la torre de ese templo fue el edificio más alto del mundo entre 1874 y 1876, con 174 metros de altura, pero lo que durante décadas fue el orgullo de los hamburgueses, resultó también una maldición pues fue esa elevada estructura lo que sirvió de guía a los bombarderos aliados que, durante siete días arrojaron, una tras otra, bombas a la ciudad y de esa gloriosa muestra de la arquitectura gótica, sólo quedaron de pie la torre y algunos muros.

Una escultura que representa a un hombre sentado sobre una pila de ladrillos, con los codos en las rodillas y la cabeza entre las manos en un gesto de desesperanza y tristeza. Un elevador lleva hacia una plataforma en la torre en donde un letrero menciona como la ciudad fue arrasada por las bombas de los aliados, pero también refiere que eso no fue otra cosa sino lo que los mismos alemanes hicieron en Guernica y Varsovia.

La conciencia de un pueblo sobre el daño que causó la guerra provocada por la ambición y el fanatismo que llevaron a un país a olvidarse de las formas y la democracia, a destruir sus instituciones, pretendiendo crear una nación renacida que fracasó estrepitosamente, llevándose en su caída a millones de vidas, conciencia que se expresa en sus adoquines o los restos de sus monumentos que pretenden gritar:

¡Esto hicimos y no queremos que vuelva a pasar!

Pero, la ambición por el poder, la ignorancia  y la necedad humana son tan fuertes que luego nos olvidamos de las lecciones que la historia nos ha dado y recaemos en los errores.

Oscar Müller Creel

Oscar Müller Creel